Tinariwen
Teatro Lara, Madrid, 20 de marzo de 2012
Sabía a lo que iba, y con ello me encontré. Ni más ni menos. Sabía que la ausencia de Ibrahim Ag Alhabib, uno de los fundadores de la banda y quizás su miembro más reconocible, mermaría un poco el aspecto musical al faltar la tercera guitarra, pero también sabía que en esencia, no le echaríamos de menos. Por otra parte, también era conocedor del poder que la música de Tinariwen desprende y que acudía, con premeditación y alevosía, a dejarme llevar por esa magia evocadora que los acordes y las armonías del grupo de Mali emanan. Lo que ya no sabía, era que el viaje que me iban a proporcionar iba a ser tan sumamente profundo.
Cierto es, todo sea dicho en honor a la verdad, que los preparativos para el concierto fueron de lo más riguroso y exhaustivo, tal y como requería la ocasión. No es lo mismo ir a ver a Tinariwen que ir a ver a The Apples, por poner un ejemplo al azar. La determinación mental y espiritual son totalmente distintas, por lo que si uno quiere disfrutar en plenitud de un concierto, debe acudir con esa preparación.
La música en directo siempre alcanza dimensiones especiales, y más en un teatro, pero lo de Tinariwen en el teatro Lara pocos artistas son capaces de conseguirlo.
En formato quinteto saltaron a escena y comenzaron a evocar la espiritualidad, la atmósfera y todos los elementos que impregnan su desierto natal y su cultura Tuareg. Un emplazamiento natural donde el espacio/tiempo se detienen, donde el sonido adquiere una dimensión especial, donde los diferentes tipos de silencio se convierten en diferentes sonoridades. Un lugar donde componer escapa por completo a los métodos y los objetivos de composición occidental. Todos estos elementos hacen de su música el vehículo idóneo para dejarse llevar sin destino fijo. Para bucear sin bombona por su capacidad hipnótica. Para abstraerse por completo de todo lo que gira en torno a uno día y día, y dejarse embaucar por el ilusionismo y la magia de sus canciones. Para olvidar cuanto acontezca y dejarse ir por completo. Tanto, que cuando acaba el concierto la sensación de desorientación es tal, que cuesta hasta dar los pasos necesarios para levantarse de la butaca. Uno es agnóstico por convicción, pero conciertos como éste hacen acercarse de manera irrefutable a lo que debe ser el misticismo. Para culminar semejante experiencia, la ansiada lluvia por estos secos lares nos estaba esperando en la puerta para que no nos olvidáramos de la inherente relación telúrica que la música y la naturaleza tienen, y que cuando así se expresa, fuera de etiquetas, clichés y posturas, tiene un poder abrumador .
Publicado en la revista digital B!ritmos por Bruno Freire León
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